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Las Quebradas de los Túmulos fueron durante muchas edades tierra sagrada y venerada, hasta que del reino embrujado de Angmar salieron muchos espíritus terroríficos que atravesaron la Tierra Media tratando desesperadamente de ocultarse de la amenazadora luz del Sol. Los demonios cuyos cuerpos habían sido destruidos buscaban otros en donde pudieran morar sus viles espíritus. De esta forma, las Quebradas de los Túmulos se convirtieron en un temible lugar encantado. Los demonios se transformaron en tumularios, no muertos, que animaban los huesos y las armaduras de los antiguos reyes de los hombres que habían vivido en aquella tierra en la Primera Edad del Sol.

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Los tumularios estaban hechos de una sustancia de oscuridad que podía penetrar en el ojo, el corazón y la mente o anular la voluntad. Tenían capacidad para cambiar de forma y animar cualquier ser que desearan. Solían aparecerse a los viajeros desprevenidos disfrazados de fantasma oscuro de ojos fríos y luminosos. La voz de semejante figura era a la vez horrible e hipnótica; las esqueléticas manos estaban frías como el hielo y se cerraban cual las férreas mandíbulas de una trampa. Una vez presa de los tumularios, la víctima perdía la voluntad. De esta forma conducían a los vivos hasta las tumbas de las quebradas. En el interior del túmulo se oía un lúgubre coro de almas torturadas mientras en la verdosa penumbra el tumulario tendía a su víctima en un altar de piedra y lo ataba con cadenas de oro. Lo envolvía en el pálido sudario y las preciosas joyas de los antiguos muertos y luego ponía fin a su vida con la espada del sacrificio.

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En la oscuridad, estos espíritus eran extremadamente fieros y sólo se les podía aplacar mediante potentes encantamientos. Sólo la exposición a la luz podía matarlos, y era la luz lo que más odiaban y temían. Eran espíritus perdidos y torturados cuya única posibilidad de permanecer en la Tierra dependía de la seguridad que les otorgaba la penumbra de las cámaras sepulcrales. Una vez que se abría una cripta, la luz penetraba en ella y los tumularios desaparecían para siempre como la neblina con el Sol

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